Desde muy pequeño, en los juegos de Matías Ercole no podían faltar papeles, marcadores y lápices. Pasaba horas dibujando y la librería era su juguetería favorita. Pero ese juego que continuó a lo largo del tiempo, se convirtió en un interés por la imagen y por construir cosas. Ese mismo interés fue el que lo llevó a realizar diversos talleres de pintura y luego a estudiar escenografía en el Teatro Colón. Fue así que trabajó realizando decorados en teatro y publicidad; y como artista comenzó a participar de diversas residencias y obtuvo importantes becas. “Recuerdo que un profesor del Teatro Colón me dijo que tenía que elegir, que no podía ser escenógrafo y artista visual. En ese momento me molestó su comentario, pero con el tiempo le di la razón, pero a la inversa. Es decir, entendí que ser artista me permitía en sí mismo ser y hacer muchas cosas a la vez. La imagen tiene una potencia de comunicación que conecta más allá del lenguaje y que carga con una enorme historia en sí misma. Agregarme a ese peso de la imagen es algo que me obsesiona de alguna manera y también entendí la potencia del arte junto con el compromiso que conlleva”, relata Matías, que se licenció en Artes en la Universidad Nacional de las Artes y que nos acompaña en la galería desde sus comienzos.

¿Qué te atrapó del dibujo como técnica para expresar tu arte por sobre otras?

Creo que el dibujo tuvo que ver con un perderme, un dejarme llevar o guiar por ciertas intuiciones en determinados procesos donde lo material, lo visual y emocional coincidían; y la potencia de las imágenes me respondía. Venía del estudio de la pintura y de ciertas formas que sentía agotadas o que me interesaban poco. La tinta china, una vela, un papel y una aguja generaron un dibujo, una línea blanca sobre un negro intenso. Había algo misterioso y desconocido en esa acción en la cual sacar materia creaba las imágenes, iluminaba un espacio, lo hacía visible. Entonces no fue o no es el dibujo por sobre otras disciplinas eso que me atrapó, fue una acción, un proceso, una confianza en entender que en cierta persistencia podía descubrir qué materiales y relatos podían ser parte del mismo alrededor.

¿Por qué el uso del blanco y el negro en casi toda tu obra? ¿Fue una elección pensada o azarosa?

Hay una crudeza, una síntesis muy concreta en el negro y su manera de ser iluminado. Siempre se pensó al negro como un no color, como una falta, como algo que no tiene. Me gusta pensarlo como la posibilidad a través de la cual pueden surgir las imágenes, sin atributos o elementos accesorios que distraigan. El negro es profundo, puede ser oscuridad, inicio o fin de algo. Me interesan esos lugares, pensar la imagen desde eso que para muchos podría ser interpretado como ausencia de algo.

¿En qué obras incorporaste color y cómo fue ese proceso? ¿Con qué te encontraste?

Hace poco una amiga me contaba que el color del sol es blanco cuando se ve desde el espacio. Sin embargo, la dispersión atmosférica genera que tenga un color amarillo, rojo, naranja; y en realidad eso es lo que muchos piensan, que el sol es amarillo a pesar de su blancura. Hace no mucho también, quise dibujar sobre una tela negra quemándola con lavandina, en busca de su blanco más puro. El resultado no fue precisamente el esperado, los residuos de las tintas convertían al blanco en un abanico de matices que iba desde los naranjas a los amarillos. Lo que me interesa contar es que el color llega entonces casi como consecuencia para hablar del sol, el fuego y la iluminación. Son obras que forman parte de una última serie llamada “La historia del rayo”, donde indago la idea de luz sobre aquello que revela y en su contrapartida aquello que esconde. La presento como un personaje que supo cambiar de forma y de sentidos a lo largo de la historia. El color en las obras las nombra, les da un cuerpo.

La luz también tiene un papel muy importante, no solo en la obra en sí misma sino incluso en el montaje. ¿Por qué y cuál fue tu trabajo, tu investigación acerca de la luz?

La luz es uno de los grandes enigmas a los que se ha enfrentado el hombre a lo largo de la historia. Tratando de comprender su naturaleza física se le ha otorgado también diversos valores simbólicos, espirituales. Se le ha dado nombre de dioses, se la ha concebido como parte de acciones de divinidades, se la entiende como parte esencial de la naturaleza, se la ha explicado a través de la ciencia y a través de símbolos, se le ha dejado ser parte en ritos a la vez que de estudios físicos. En lo fundamental, la luz conserva todo su misterio y su posibilidad se expande en un campo que siempre deja un mensaje abierto. Me interesa explorar ese terreno que se presenta en capas o estratos, como si el fin último de la obra fuese siempre ciego.

En tus obras se ven paisajes desolados, composiciones oníricas, entre muchas otras cosas; ¿de dónde nacen esas imágenes, esas escenas?

No creo tener una respuesta concreta a esa pregunta; pero sí decir que seguramente tiene que ver con darle valor a lo desconocido, al no entender, a lo que se escapa de las lógicas, a lo inexplicable, a un hecho al que no le puedo poner palabras. Y es algo que me interesa poner en valor. Hay un motor simple y quizás es aquel de construir aquello que quiero ver.

¿Buscás que haya una narración, un relato en cada obra o en una serie de obras?

En las obras suceden cosas, pueden ser escenas detenidas, registro de algo que pasó o percepciones por fuera de eso. Son paisajes muchas veces que se piensan a sí mismos, que se alejan y se miran desde afuera, que se rompen, que se reflejan. En ellos intervienen reglas ajenas que los modifican, puede ser una otra mirada, una analogía entre aquello que supimos agregarle a través de la razón al universo y la naturaleza misma de las cosas. La realidad es que no me interesa buscar una situación descriptiva o narrativa específica. Creo que el arte tiene esa capacidad de sugerir una historia que se termina cargando de sentido por quien la mira. Más allá de que uno puede guiar a través de diversos elementos, es aquel que se encuentra de frente a una obra quien termina de darle el sentido. Creo en la capacidad y el entendimiento de la imagen, en su potencia, en que es parte de una arqueología tanto formal como emotiva. Sí está claro que hay algo del orden de la confusión, de torcer un recorrido, de complejizar ciertos órdenes de las cosas para que surjan esas otras capas poéticas.

Futurismo, surrealismo, ¿te reconocés tomando elementos de algún movimiento o los repensás?

Me interesan las investigaciones de muchos artistas contemporáneos y de muchos otros que nos precedieron. Miro y miré movimientos, estudié las vanguardias, me acerqué a ellas desde alguna superficie, a través de alguna palabra, de una imagen, de un título; pero creo que me gusta más la idea de “arruinar”, de mezclar, de torcer algunas ideas, de renombrarlas.

¿Qué lugar le das al espectador en tus obras?

La experiencia del mirar para mí va más allá de enfrentarse a una imagen a través de los ojos. En un momento de la historia, el acto mismo de la visión se entendía de otra manera y el cuerpo era clave en esta forma de pensar. Se creía que a través de una flama interna al cuerpo, se proyectaba una luz que hacía visible los objetos del mundo externo, y esa unión con la luz exterior generaban las imágenes que se recibían a través de los ojos. Me gusta pensar que mirar involucra al cuerpo, que una imagen tiene la capacidad de ser sentida, recorrida, y que es un acto que puede vivirse a un nivel físico. Lo monumental, lo que excede, la imagen que supera a nuestras escalas y se convierte en arquitectura son la manera de registrar y construir mis ideas sobre las cosas.

En todo tu recorrido como artista, ¿dónde te encontrás hoy? ¿Cómo ves tu propia obra en perspectiva?

Siento que el tiempo del hacer es el que construye al final de todo el relato de uno como artista, es algo dinámico, que cambia, que es evolutivo quizás. A través de la reunión de todo lo realizado, se trata de llegar a entender cuál es la gran pregunta de uno al mundo. Por suerte creo haber hecho y trabajado mucho, pero no aún todo lo suficiente, y ese resto es el que activa que las ideas sean construidas cada vez con más fuerza.

¿Estás trabajando en algún proyecto nuevo?

Estoy trabajando en un par de proyectos para el 2022 en Valencia y Lisboa. Se tratan de instalaciones que involucran un cruce de dibujo y arquitectura donde las piezas devienen arqueologías que registran espacios e historias cruzadas por la idea de éxtasis que incorpora una luz utópica, psicodélica. Por otro lado, con algunos amigos fundamos un proyecto cooperativo-colaborativo que llamamos NVS; que tiene enclave en la ciudad más “latinoamericana” de Europa Lisboa, y juntos estamos proyectando diversas acciones y muestras allí y en otros lugares.