Una pequeña habitación con un balcón desde donde se ve la ciudad de La Plata y varias plantas formando una hilera perfecta hacen de taller para Agustín Sirai. Allí, de donde es oriundo y donde reside actualmente, despliega también todo su arte.


Dos paredes de la habitación fueron tomadas por completo por las obras que están en proceso, a la espera de una pincelada o de más detalles que suelen caracterizar su pintura. Al costado, sobre una banqueta, descansa una caja de cartón con una infinidad de óleos mezclados y algunos pedazos de tela con manchas de colores que portan los pinceles.
En una libreta de hojas blancas, Sirai hace algunos bocetos en lápiz, aunque otros los lleva en la piel. Entre sus tatuajes podemos descubrir la escena de un cuadro de Edward Hooper (uno de sus artistas referentes) y el dibujo de dos manos sosteniendo una tela. “Este tatuaje lo vinculo a la pintura porque más allá de que un cuadro está hecho en tela y puede ser el soporte de una imagen, al mismo tiempo es una superficie que puede ocultar o develar algo”, explica.
Su vínculo con el dibujo se forjó cuando tenía apenas tres años y dibujaba (sin copiar) cada uno de los personajes de su historieta preferida: El hombre araña. Sin embargo, fue recién cuando terminó el secundario que retomó el contacto con el arte al ingresar a la Facultad de Artes de La Plata. “Tomé la decisión de casualidad, porque si bien siempre me gustó dibujar, iba a estudiar Letras. Pero un amigo se fue a anotar en la
Facultad de Artes y me terminé inscribiendo con él”, cuenta Sirai.
Azar o destino, alguno de los dos fue el que lo llevó nuevamente a tomar una decisión similar cuando culminó la carrera. Sirai pasó por distintos trabajos, pero ninguno en el que se abocara al arte por completo. “Un día de mucho calor, mientras pintaba una pared en uno de esos trabajos, me pregunté cuál era la diferencia de pintar un cuadro, en qué consistía el trabajo de ser artista y dedicarme a eso. Me dije: “Si no lo hago
ahora, no lo hago más”, y sin dudarlo renuncié”, recuerda.
En ese entonces, todavía alquilaba un taller con un amigo y comenzó a pintar con mayor continuidad, apostando todo a la producción artística y dedicándole el tiempo que merecía. También decidió dar sus primeros pasos como ayudante de cátedra en la facultad para transformarse en docente.
“Si bien hoy el arte es mi medio de vida, creo que mi camino fue un poco a los tumbos y más sinuoso que el de algunos colegas”, destaca Sirai, que se encuentra en plena producción de nuevas obras que formarán parte de una muestra que podrá verse este año en la galería.

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Hace ya muchos años que sos docente, ¿por qué enseñar arte?

Creo que enseñar arte sirve para interrogar al mundo de otra manera, es decir tener otras herramientas para interrogarlo. Por otro lado, la experiencia de dar clases es muy enriquecedora porque te obliga a estudiar cosas nuevas todo el tiempo. Y lo que más me gusta es poder abordar el proceso de producción artística de una persona, que si bien es muy complejo, al mismo tiempo es muy interesante porque es algo donde no hay recetas ni certezas.

¿Todos podemos ser creativos o artistas?

Sí, todos lo somos. El trabajo creativo no está solo en el arte sino en todos lados, como cuando resolvemos cualquier problema cotidiano. Crear sería lo contrario de repetir mecánicamente y darle otra vuelta o una mirada distinta a alguna cuestión. Respecto al arte, no me gusta usar la palabra como sentido valorativo y que una obra sea considerada artística porque tiene ciertas características. Más bien creo que la intención de la obra es una hipótesis que hace el espectador.

¿Y cuál es tu relación con el espectador?

Lo que más me interesa es entrar visualmente en él, invitarlo a que se quede un rato delante del cuadro, que no pase desapercibido, captar su atención.

¿A todos los artistas les importa la mirada del otro?

Creo que sí. Aunque guarden las cosas en un cajón, sospecho que lo hacen con la idea de que un día alguien lo encuentre. Cualquier cosa se hace pensando en otro. Me parece valorable que mis obras tengan múltiples lecturas, es decir que lo que hago le pueda interesar no solo a espectadores especializados sino a aquellos que no conocen tanto sobre arte.

“El detalle no me interesa desde la técnica, sino como una manera de generar atracción hacia la imagen, de invitar al otro a que busque algo ahí y se quede mirando”.

Hasta el momento en tus obras no aparecen personajes, ¿fue una decisión?

Cuando estaba en la facultad, me llamó mucho la atención Cándido López: su punto de vista tan alejado y esos personajes tan chiquitos en una situación trágica que en la lejanía parecían perder la humanidad. A partir de ese momento, nunca dejó de interesarme esa ausencia de seres humanos y que en mis obras solo hubiera rastros de ellos.

¿Y cómo llega el concepto de inventario a tu producción?

Todo se fue enlazando. Cuando decidí dedicarme por completo a mis obras, empecé a hacer una especie de pistas en el medio del cuadro, como montañas rusas abandonadas que tenían que ver con la ausencia de personas. A partir de eso, empezó a interesarme el objeto metido en medio de la composición y aparecieron paisajes como islas. Me remitía a la idea de un mundo cerrado en sí mismo y que está separado de la persona que lo ve por distintas cosas, como el borde del cuadro o el blanco de alrededor. Los paisajes que hago ahora por un lado son lo opuesto y por otro lado no, porque ocupan toda la superficie y no hay línea de horizonte, como la idea de que la pintura en realidad continúa infinitamente. Los inventarios tienen que ver con eso mismo: la idea de pintar y registrar todo lo que hay, porque cualquier cosa puede ser motivo de una pintura. En su libro “El vértigo de las listas”, Umberto Eco dice que la lista es una estrategia para enfrentarse al infinito, una manera de hablar de algo que no tiene límites. Por eso creo que los paisajes y los inventarios tienen en común este concepto de lo inabarcable.

A primera vista tus obras parecen transmitir soledad o una aparente calma, pero enseguida se manifiesta una sensación inquietante.

Creo que ese efecto inquietante se genera cuando aparecen rastros de acción humana. Algunas pinturas son más narrativas que otras, pero uno siempre espera que pase algo en el cuadro, y cuando no pasa nada o cuando hay un dato o una sugerencia de algo que puede haber pasado, se produce lo inquietante.

Otra característica es el nivel de detalle minucioso que hay en tus pinturas.

El detalle no me interesa desde la técnica, sino como una manera de generar atracción hacia la imagen, de invitar al otro a que busque algo ahí y se quede mirando. Creo que lo técnico tratamos de aprenderlo y dominarlo en función de algo que queremos manifestar.

¿En qué estás trabajando actualmente?

Estoy abordando cosas nuevas para mí, como incorporar personajes a algunas obras y pinturas que no son figurativas sino manchas que proyectan una sombra sobre la tela. También estoy haciendo paisajes, pero tomando y reelaborando paisajes de pintores viajeros europeos que estuvieron en Argentina y en América acompañando viajes científicos. Para ellos, la pintura era una herramienta para conocer la naturaleza sin dejar de tener la mirada de su tradición artística y eso me parece muy interesante.

En tu caso, ¿cómo nacen las ideas para una obra?

Siempre aparecen cuando estoy haciendo algo. Aunque es muy relativo, porque quizá estoy sentado en el taller y no estoy haciendo nada concreto, pero estando ahí e intentando hacer cosas, se me ocurren otras. Puedo elaborar una idea mentalmente, pero cuando la voy a realizar siempre me sale de otra manera y se termina transformando. No soy para nada metódico.

¿Y cómo sorteás los momentos en blanco?

Es cuestión de intentarlo y perder tiempo. Yo pierdo mucho tiempo cuando trabajo: hago cosas que las termino tapando, cosas que sé que no van o simplemente me quedo mirando. Pero me parece que cuando uno está haciendo es cuando se activa, encuentra la manera de solucionarlo y se da cuenta si algo tiene un sentido o no.

Una vez dijiste que “la pintura instaura un segundo nivel de realidad que se construye como una reflexión acerca del mundo”, ¿qué reflexiona tu pintura?

No sé qué dicen concretamente mis pinturas, pero creo que tiene que ver con lo inabordable, lo infinito y lo limitados que somos como personas en el mundo. Adentro del cuadro puede pasar cualquier cosa y lo que pasa adentro está necesariamente en comparación con lo que pasa afuera.

¿Te meterías en alguno de tus cuadros?

No, trataría de meterme en el cuadro de algún otra artista, como San Poggio por ejemplo, ¡aunque quizá uno de sus personajes me mataría! En las acuarelas de Aili Chen me da la sensación de que estaría bien, pero tampoco estoy seguro. Sería bueno entrar en un cuadro de Andrés Arzuaga: ¿qué vendría a ser, en qué parte caería, dónde estaría?

Haciendo un recorrido por tu carrera, ¿qué significa el arte hoy para vos?

Si hay algo que sé es que el arte no es un lugar cómodo sino más bien un terreno pantanoso. No es algo que sepa exactamente para dónde va. Es algo de lo que estoy dudando todo el tiempo: para qué lo hago, cuál es el sentido. Incluso fantaseo con tener un trabajo mecánico para no hacerme problema por cosas que no tienen solución. Sin embargo, me encanta el hecho de poder vivir de cuestiones relacionadas con el arte.