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Zoetrope

Zoe Di Rienzo

Zoetropepor Florencia QualinaA través de sus cartas, Zoe Di Rienzo daba a conocer una persona quizá ella, un alter ego con su mismo nombre o ninguna de estas opciones extrovertida y afilada; construía evocaciones confesionales que podían referirse a amantes,...

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Zoetrope
por Florencia Qualina
A través de sus cartas, Zoe Di Rienzo daba a conocer una persona quizá ella, un alter ego con su mismo nombre o ninguna de estas opciones extrovertida y afilada; construía evocaciones confesionales que podían referirse a amantes, deseos de incorporar características marciales ”Por favor dame disciplina y rigor” , comentarios sobre alguna serie televisiva de domingo a la tardecita del estilo “Reportera del crimen”. En cada carta Zoe abría una ventana hacia esa cabeza-interior como si fuera el retrato
de Mae West de Salvador Dalí. En su epistolario había una operación deliberadamente anacrónica: la máquina de escribir y el papel nos llevan a algún lugar impreciso del siglo XX; también eran confesiones
relativas, sus palabras tipeadas en la Underwood tienen la materialidad impersonal de cualquier teclado, una grafología lacrada.
A través de Federico Manuel Peralta Ramos, Zoe Di Rienzo dio con el coso. Para el artista peripatético el coso es un elemento “invisible, inaudible, intangible, que todos tenemos adentro”. Quizá, el coso forme
una familia con la mónada, el Ka, chi, o el alma, algo que habita en el interior de la vida y se manifiesta como fuerza.
Zoe comenzó a indagar en él. Primero realizó una performance en el ingreso de la exhibición Oasis -, allí junto a una alfombra (obra de Ivana Vollaro) que tenía impresa la frase “Solamente consiguen un oasis
aquellos que se bancan el desierto” le preguntó a cada espectador ¿cómo podría describir su propio coso?. Una vez descripto el coso personal se le preguntaba si consideraba que con ese coso podría atravesar el desierto. Todos contestaron que sí, ahí se los invitaba a ingresar al OASIS.
Posteriormente, Zoe empezó a preguntarse cómo sería su coso. Este fue adquiriendo diversas formas,
a veces ornamentales y fijadas en su cabello. Unos peinados que en sus bucles ensortijados insinúan un triángulo de tiempo- clase-género. En esos tocados Zoe pone en escena un imaginario femenino distante y afectado, también dignifica el género autorretrato en la era de la selfie. Esas son algunas manifestaciones del coso en ella.
Hay otras en el enorme potus de plástico, pintado pacientemente. Y están las pinturas. Baladas informalistas, puro gesto, movimiento, austeridad cromática y materia, quizá sean la contracara de las cartas. No hay palabras sino grafología. Quizás, estamos interceptando su correspondencia secreta con Peralta Ramos y Alberto Greco, con el primero las conexiones son explícitas, con el otro, el vínculo no es tan insondable. Pensemos por un momento en “Greco, ¡qué grande que sos!” y el retrato ploteado de
Zoe con destino de afiche callejero.

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