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En memoria a Sebastián Miranda

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La parte encendida

Andrés Arzuaga

Disfruto muchísimo encontrarme con Andrés a conversar. Ya lo hemos hecho en varias ocasiones, en su taller, en mi casa o en un bar. Me gustan sus intereses y sus curiosidades así como su trabajo, preciso y poético, con el...

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septiembre 2022 — octubre 2022

Miranda Bosch Gallery

Disfruto muchísimo encontrarme con Andrés a conversar. Ya lo hemos hecho en varias ocasiones, en su taller, en mi casa o en un bar. Me gustan sus intereses y sus curiosidades así como su trabajo, preciso y poético, con el que me puse en contacto antes de conocernos personalmente. Fui a ver una de sus muestras y luego lo contacté por redes para decirle lo mucho que me había gustado, allí descubrimos que vivíamos cerca y el resto es historia, nos juntamos dos veces y nos hicimos amigos.

Me gusta conversar con él porque ambos deseamos lo mismo: ponernos de acuerdo, unir ideas y compartir nuestras fantasías. Congeniamos desde el inicio y nos seducen tanto nuestras virtudes como nuestras particularidades. Al fin y al cabo nos reconocemos dos personajes.

En nuestras charlas somos abiertos y algo apresurados, en el sentido de que sabemos lo mucho que tendremos para contarnos y el poco tiempo a disposición. Arrancan por cualquier lado, cambiamos de tema sin aviso y las concluimos sólo por cansancio o porque alguno de los dos se tiene que ir. Uno de los dos toma la palabra por un rato y el otro escucha y así vamos apilando citas, recuerdos, observaciones, lecturas o anécdotas sobre una idea en común. Confiamos el uno del otro y nos permitimos compartir un divague libre, entusiasta, honesto, algo místico y profundamente filosófico.

Durante nuestros últimos encuentros Andrés me fue mostrando los progresos de su nueva serie de obras, presentándomelas una por una y narrando las historias que les habían dado forma. Me habló de las decisiones que iba tomando sobre la marcha -en la medida que la evolución de las piezas le confirmaba el éxito de las acciones que fue llevando a cabo- y fue ilustrando el desfile con pasajes de Bachelard, Hugo Mujica, Giorgio Agamben, Fra Angélico o Rodolfo Kush, Imagínense.

No me acuerdo porqué la charla se fue para el lado de los territorios, algo así como que en sus pinturas él intentaba crear el paradero de un lugar, un ámbito para ser habitado -en las obras de Andrés cada forma, cada figura y cada terminación son símbolos cargados de sentido- y coincidimos en lo abstracto de nuestro paisaje pampeano, que de tan plano, espacioso e ilimitado, debe haber prodigado nuestras maneras de pensar y sentir, la carga mental que nos acompaña, los delirios metafísicos que compartimos.

Él, de chico en el campo, tuvo que enfrentarse a distancias muy distintas de las mías, tan estrechas y encajonadas en la ciudad. Su paisaje era como un anfiteatro abierto a los elementos, y el clima, el sonido, la luz o la temperatura eran entidades mucho más absolutas y determinantes.

Me gusta imaginar su antigua vida, esa relación sublime que tuvo con su paisaje originario. 

Como esa anécdota que disfruto escucharlo contar, la de aquella vez que volvía de correr, se hizo de noche y sobrevino una tormenta de verano. Cobijado bajo el alero y aturdido por el arreciar de la lluvia sobre el tejado, vio que de pronto se hizo de día, en una fracción de segundo se alcanzó a ver el monte y las casas del vecino, un rayo voraz encendió la noche con su eléctrica luminosidad, y se preguntó, si acaso; el sobrecogimiento que sintió puede ser representado.

Más tarde, la ciudad le dio otro marco a su percepción. Al llegar a Buenos Aires, no pudo evitar fascinarse por su caos; por los grafitis en las paredes; el ruido o la mugre; así como los carteles luminosos; los back-lights hipnóticos que emulaban quizás aquel relampagueo vivido a cielo abierto.

En esta ocasión la obra de Andrés exhibe distintos niveles de realización y nos permite fisgonear en un campo más extenso de su experiencia creativa. Están sus inmaculados planos de gradientes; pero también hay zonas abocetadas y bastidores rebajados en curvas abiertas, o en ángulos muy agudos. Algunas de sus piezas parecen haber comenzado no hace mucho o haberse detenido un paso antes de lo previsto. Todas son muy directas; muy enfáticas, pero siempre para señalar algo leve, como ese filo naranja de tres puntas que parece concretar el espacio vacío entre dos formas imaginadas. Este rango de información es nuevo en Andrés y es bienvenido, porque anuncia múltiples futuros para la evolución de su trabajo.

La última vez terminamos hablando de cuchillos –quizás los bordes y las agudezas de sus trabajos nos deben haber conducido hacia allí- y me mostró su colección, entre los que sobresalen los realizados por él

Tener el cuchillo bien afilado es el paso número uno, y me contaba que luego de pasar la hoja por la piedra revisaba el progreso de la tarea mirándola de frente, tratando de percibir el filo con un ojo abierto y el otro cerrado. Y me dijo que cuando el filo del cuchillo está bien logrado, mirarlo de frente es imposible, por que se hace invisible, no es una línea delgada, no hay espesor, no hay canto. Allí donde las caras de la hoja se unen en el filo no hay nada, todo es posible.

El filo de un cuchillo no existe, es un vacío que corta.

Mariano Vilela, agosto 2022

Artistas expuestos en esta exhibición