Hernán Salvo – “Doble péndulo”
Hernán Salvo
Hernán Salvo – “Doble péndulo” ...
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marzo 2025 — mayo 2025
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Hernán Salvo – “Doble péndulo”
Curador: Marcos Krämer
Marzo – Mayo 2025 | Miranda Bosch Galería
El ejercicio es sencillo. Para eso tenemos que pararnos delante del espejo del baño, idealmente cuando está tapado de vapor, y dibujar con el dedo el contorno de nuestra cabeza. Acto seguido limpiamos de vapor el interior de ese contorno y lo que descubrimos es, por lo menos, inquietante: el círculo, que en el reflejo nos daba la impresión de ser una copia exacta de nuestra cabeza, en verdad tiene un tamaño considerablemente menor, exactamente la mitad; porque esa figura, que veíamos como nuestro fantasma inmediato en tamaño natural, está realmente ubicado a la misma distancia que nosotrxs del espejo. En este ejercicio, con el que juega el historiador del arte Ernst Gombrich, se devela algo perturbador de las ilusiones artísticas: lo que vemos no es lo que entendemos, y no se puede ser presas de la ilusión visual mientras se comprende la ilusión. Alguno de los dos términos, en algún momento, se nos escapa. Pero vuelve y desplaza al otro, y así hasta el infinito: como un péndulo.
En este borde exacto se ubican las obras e investigaciones visuales que Hernán Salvo presenta en esta oportunidad, como si sus obras no solamente fueran conscientes de esto, por sí solas, sino que además se erigen como el mismísimo espejo del ejercicio anterior: entre dos realidades. Pero esto no sucede por el sólo hecho de que la vidriera de la galería es el primer soporte de ese juego, con la bruma que lo ciega salvo en el círculo central, como si estuviera empañado. Esta intervención en el espacio de la galería es la reducción más nuclear de sus búsquedas estéticas, el prólogo de las ilusiones a las que nos invita, el manifiesto no verbal en el que distribuye aliados y enemigos, como en todo manifiesto.
Pero debiera decir que las alianzas y las enemistades artísticas de Salvo tienen a la misma protagonista en el centro: la ilusión visual. Porque en cada una de sus obras, la chance de ver y de entender al mismo tiempo la imagen, sus luces, sus colores y sus contundencias, desafía la sentencia de Gombrich. Las obras de Salvo desatan el doble cordel de la imagen, el de la simulación, donde hay una mentira tan verdadera como lo real y una realidad tan mentirosa como una ficción. Por eso los colores y formas de sus obras aparecen y desaparecen sobre la superficie. Porque aparecen a nuestros ojos y desaparecen en nuestro intento por explicarlas, en un circuito infinito entre el ojo y la incredulidad.
Es claro que Salvo no elige el hiperrealismo para jugar en ese vaivén entre la ilusión y la realidad, como lo intentó hacer la historia de la pintura hasta el siglo XX. Salvo logra esto de una manera mucho más sutil, encadenándose a la tradición de la abstracción, tan rica (y tan mal pagada por la historia) en las costas oxidadas del Río de la Plata. Su obra hace un barrido inteligente y elegante de la historia del arte abstracto y geométrico en la Argentina: inventa objetos concretos inexistentes en la realidad, investiga las opciones volátiles de la luz y coquetea con paisajes espaciales. Pero al mismo tiempo, las obras de Hernán cargan con una sombra generacional involuntaria: son pantallas, esos objetos a la vez planos y profundos que se convirtieron en una entidad más de nuestras vidas desde la democratización de la televisión y luego con internet y la telefonía digital; esas pantallas que construyen una imagen reconocible a partir de una abstracción química y tecnológica que sucede en la oscuridad de su interior, en lo que no vemos ni entendemos. Me animo a creer que Salvo pareciera hacer lo inverso: detrás de sus abstracciones hay paisajes nublados, relámpagos abriendo una bruma, estrellas fugaces disparadas por la atmósfera y hasta huellas dactilares como grafismos paleolíticos. Ante el hiperrealismo reinante de las imágenes creadas por la IA que aparecen en nuestros dispositivos, Salvo elige apagar la pantalla y esgrafiar sobre su superficie, a veces, o hacernos ver colores en su contorno, otras. Y este es el segundo péndulo, que al moverse genera, con el otro, un movimiento constante impredecible: realidades que son abstracciones, que dejan de serlo para convertirse en visiones empañadas de lo real, que se transforman en pantallas ciegas que vuelven a ser realidades. El movimiento del doble péndulo: lo más caótico que la ciencia puede explicar.
Por todo esto, es imposible pensar que el interés de Hernán en estos vaivenes que se tuercen en los ojos se limitan solamente a la armonía compositiva. Desde hace años las obras de Salvo atesoran la necesidad de cuestionar las cualidades enigmáticas de lo visible más allá de nuestro planeta: ¿qué porción podemos realmente ver de todo lo que no alcanzan nuestros ojos, nuestros cuerpos por ahora?
Hace dos años el telescopio James Webb, que navega por los rincones más recónditos de la galaxia desde 2021, tomó una de las fotografías infrarrojas más profundas del universo, la del cúmulo de galaxias SMACS 0723. Pero hay dos certezas terroríficas en este hecho: por un lado, la imagen no es una fotografía de toma directa sino una creación ilusoria, para los ojos, a partir de estímulos energéticos; por otro lado, y pese al esfuerzo, la imagen más profunda del universo es la más plana que nuestros ojos pueden ver con el tamiz de la cultura visual occidental. En eso, la imagen galáctica del telescopio se parece a las obras de Salvo: una interpretación abstracta de la vibración energética de la luz. Y el cosmos que invocamos para serenarnos, aunque nos aterre, no es lo opuesto al caos sino otro sistema impredecible que elegimos ver hermoso, plano y perforado de luces para construir belleza con la incertidumbre.
Marcos Krämer, verano de 2025