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En memoria a Sebastián Miranda

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Pablo Insurralde Studio Visit

El día nublado asoma por la ventana del taller de Pablo Insurralde mientras trabaja en
completo silencio. Solo es interrumpido por los sonidos de su propio hacer.
En la cerámica encontró su modo de expresarse como artista. Pero si ella es su lengua, la
miniatura es su dialecto.
En manos de Pablo, un pedazo de arcilla puede convertirse en cualquier cosa, desde un juego
de mesa y sillas de jardín hasta una vitrina de carnicería que caben en la palma de una mano.
Los objetos más diversos crean escenas dignas de fotogramas de película.
Quizá hay un relato, quizá cuentan una historia, o quizá no. En búsqueda de respuestas, en
este studio visit lo acompañamos con cámara en mano durante todo un día de trabajo.

¡La puerta está abierta!

Estado de cuero

Hay algo raro en las obras de Estado de Cuero. La primera vez que las vi pensé que podrían ser un fragmento de una historia más grande, una configuración parcial de un relato que las excedía. Tardé un rato en darme cuenta que estaba equivocado, esa historia mayor no existe.


Ésta es una historia pequeña, un susurro, una modulación leve en las temperaturas de horneado. Como una película en la que no pasa nada, esta vez no hay plot twist. Un almuerzo se extiende en una sobremesa interminable, la cámara tiembla por el pulso imperfecto de quien la sostiene con el soporte inadecuado.


Contar un secreto lleva tiempo. Es difícil construir el silencio necesario para que esas palabras no se pierdan en el ruido. Contar un secreto es un movimiento de traslado, una migración de adentro hacia afuera. Como escupir contar un secreto es un ejercicio físico, un trabajo minucioso sobre la materia, un bruñido detallado y preciso, un bronceado perfecto.


Esta vez no hay rastros de esmalte, la arcilla está ahí como es, pero ¿se puede estar completamente desnudo? El marrón guarda un secreto. Hay algo raro en las obras de Estado de Cuero y no es solo su diferencia con respecto a la producción anterior de Pablo. Tal vez sea cierto grado de humedad aún presente en las piezas endurecidas.


Hay algo raro en las obras de Estado de Cuero. Un secreto sin explicar, algo inentendible para un turista, un recuerdo guardado en un cajón, un resto que escapa a quien nunca se llevó el centro de mesa de un casamiento, un tatuaje escondido en la baja espalda, un gesto incomprensible para quien nunca fracasó.


Hay algo raro en las obras de Estado de Cuero. Quizás sea el arrojo de las piezas en el espacio o la inescrutabilidad de una cosa que se ofrece desnuda. La trampa del secreto es que en general no importa a quién se lo está contando, si no solo hacerlo. Es eso, es esto, ya está.

Elías Leiro, 2021

Algo de lo que cruza el tiempo

Paisajes de colisión

sobre Algo de lo que cruza el tiempo de Agustín Sirai

Hace algún tiempo las obras de Agustín Sirai ensayaron islas. Arrancadas geografías desiertas rodeadas por el vacío o por el mar, detalladas grietas entre montes y árboles quebrados. Esos improbables naufragios sin época, desplegaron entonces una naturaleza insular y yerma apenas interrumpida por indicios de humanidad: un cartel publicitario en una isla sin caminos, un atril al borde de un risco, un imposible muro de ladrillos rojos entre palmeras y árboles silvestres. Ancladas antes o después de algún trágico avatar, las islas de Sirai contaron accidentes geográficos de parajes sin respuestas, invitaciones a la curiosidad, la soledad, la repetición y el desconcierto. Esa sensación de detallada pista falsa, de ámbito desconectado, trajo actualidad a las costas de aquellas imágenes sobre algún después.

A veces la práctica del arte se parece a la cartografía, y la cartografía es una de las formas del viaje. En ese sentido, las inquietantes islas se alejan, llevándose consigo su extraña sensación de fatalidad. Sirai ha llegado al continente de su pintura.

Algo de lo que cruza el tiempo convoca imágenes de este descubrimiento continental en la iconografía quieta de Sirai. Como ensayos sobre nuevas geografías, los montes, árboles y ríos se esparcen ahora, indómitos, desmarcados e infinitos sobre la tela. Estos paisajes parecidos a fragmentos del mundo conocido, a panoramas, extrañan en su imposible conexión de accidentes. Como si las islas hubieran colisionado hace muchos siglos y sedimentado un territorio nuevo, la terra incognita de Sirai resulta remota y próxima, paisaje y colección de paisajes a la vez.

El procedimiento de colisión para ensayar imágenes es muy antiguo: antes del plenair, del artista copiando del natural una vista desde un monte, existió una forma acordada de plagio en la factura del arte que algunos historiadores llamaron tradición. Entonces un paisaje se hacía de retazos de paisajes anteriores, una ciudad de otras ciudades, una montaña de otras montañas, un río era todos los ríos.

En los continentes de Sirai se agazapa ese olvidado procedimiento antiguo de la colisión, sistema de selección y adición que implica un mundo diverso y esencialmente interminable, tan falso y verdadero como el de la pintura. Tan plagado de montes y caminos como la tela alcance a mostrar. Aunque todo procedimiento técnico parece inofensivo, casi nunca lo es, porque una colisión, un enfrentamiento, un choque, implica movimiento, contradicción.

Johann Mortiz Rugendas pintó el Brasil y los Andes confiando en deshacer convenciones acerca de un continente que para muchos era todavía un mito. Adolf Methfessel llegó a Buenos Aires con una misión científica para describir la extraordinaria topografía e historia de América. Ninguno de ellos advirtió que su mirada sobre esas selvas indómitas, sobre las imponentes cataratas y montañas estaba teñida de un ojo al menos exótico; que sus indios habitaban la arcadia, que sus guerras se parecían a todas las guerras de la pintura, que sus pinturas eran un diccionario tan exacto como romántico. Confiados en su quehacer -traicionados por la belleza- olvidaron que siempre hay ficción cuando se produce una imagen.

Es ante esa tradición del paisaje y del viaje, donde el continente de Sirai revela su actualidad y su contradicción: la inquietante geografía que despliega está hecha de aquellas memorias del siglo XIX, de esas ficciones científicas sobre América, de inventarios disfrazados de paisajes que aglutinan imágenes de otros artistas. Por colisión o algún tipo de antropofagia, esto paisajes se han fundido, recordando aquel procedimiento antiguo en el que una montaña lleva todas las demás a cuestas.

No resulta ahora extraño encontrarse en este continente nuevo con los talleres de Sirai, que también están en las ficciones de Algo de lo que cruza el tiempo. Como sus paisajes, acopian inventarios que cuentan sobre los procedimientos, sobre el vínculo cotidiano con la pintura. Hay repetición y variación, atriles, pomos, pinceles y música. Hay cigarros, plantas, guitarras. Hay dos monos, que tal como sucede en la pintura satírica del siglo XVII-III, son copistas fieles de la tradición de la estampa, capaces de reproducir un paisaje únicamente observando otro, pero nunca del natural. Las ventanas de estos talleres están cerradas, la luz que entra por ellas es de una hora indeterminada. Son altas para asomarse y altas para mirar el paisaje; también son innecesarias, sólo acentúan el interior como el espacio de las imágenes, cuentan sobre ese procedimiento que no está.

Al continente y a los talleres de Sirai los cruza una última serie de imágenes que es también contradicción: todo huella y ausencia, descarga de pintura, de límite, rastro de aquello que se ha movido, marca que une y separa el adentro y el afuera. Justo aviso que implica que aquella

imagen que sale del taller puede fundirse con el mundo.

Es evidente que Algo de lo que cruza el tiempo resulta del inicio de un viaje, de un tránsito por ese después que el suspenso de las islas sólo podía prometer o vaticinar. Si Sirai ha llegado al continente de su pintura, a su América imaginaria, quizás sea porque sus ficciones han chocado con un mundo improbable, con un atlas siempre detallado de ningún lugar, que ahora se revela infinito. En cualquier caso, el misterio de su quehacer continúa por esa cartografía de procedimientos antiguos, plagios modernos y aglutinantes contemporáneos que su pintura oculta en el detalle, lugar donde habita lo verosímil y la curiosidad. Con todo ello a cuestas, la pintura de Sirai se impone su propia descripción como tema, la conquista de un destino al que indefectiblemente apuntan todas las brújulas.

Federico Ruvituso, septiembre 2021